Saura fue, lo dijo él mismo, un bailaor frustrado. «En una ocasión, siendo joven, fui a una clase con La Quica. Me dijo que la planta la tenía; puso un disco y me dijo que me moviera. Yo trataba de bailar como había visto hacerlo, pero al final me miró y me dijo: ‘Mejor que te dediques a otra cosa’. Y por eso, para compensar, hice las películas sobre flamenco».
Lo contaba entre risas hace tan solo unos meses, pasando de puntillas y dejando en simple anécdota lo que fue, en realidad, un paso de gigante para el baile flamenco, para su difusión y su internacionalización como un arte de muchos quilates y de grandes posibilidades artísticas. La danza española debe mucho a la colaboración entre Antonio Gades y Carlos Saura. No sólo por las tres películas que realizaron juntos y que sirvieron para darle al flamenco una nueva dimensión -se consideraba entonces, a menudo, un arte menor, para turistas-, sino porque abrieron a nuestra danza nuevas vías de expresión y establecieron las bases para una definitiva modernización del baile flamenco.
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