De Elda a Madrid

1936-1952

Mi padre, que es la persona que más he admirado y la que más me ha influido, me enseñó a respetar a los demás.

Antonio Esteve Ródenas, mejor conocido como Antonio Gades, nació el 14 de noviembre de 1936 en Elda, provincia de Alicante, España. Llegó a Madrid inmediatamente después de la guerra civil proveniente de una familia de obreros. Su madre trabajó en la industria del calzado y su padre, mosaista, es un comunista convencido que se enrola con las fuerzas republicanas un mes antes de nacer Antonio. Así pues, su padre deja a su madre y al recién nacido Antonio en Elda para ir a Madrid como voluntario e integrarse en el Batallón de Octubre.

Mi padre, que es la persona que más he admirado y la que más me ha influido, me enseñó a respetar a los demás.

Antonio solía decir: cuando yo nací mi padre había renunciado a estar presente en el nacimiento de su hijo para estar al lado del pueblo, con un fusil en la mano, algo que me llena de orgullo.

    Continúa Gades: Acabada la guerra no era cuestión de quedarnos en nuestra provincia, y nos trasladamos a Madrid. Vivíamos en una portería en Pacífico. En aquella época las porterías se las daban a los mutilados del régimen. Vivíamos los tres, mi padre, mi madre y yo, en dos cuartos muy pequeños, la cama estaba metida debajo del hueco de la escalera. Y un día mi padre apareció con una embarazada y su marido que habían echado de la obra, y los instaló con nosotros.

    Antonio Gades comienza a trabajar a los 11 años. En los últimos años cuarenta, es botones mientras hace pequeños trabajos en el periódico ABC, en huecograbado. Trabaja allí unas cuatro horas, a la salida de la edición, de madrugada. Cobra tres coma sesenta y cuatro pesetas a la semana. Además trabaja como ayudante del fotógrafo Juan Gyenes donde las fotografías de artistas de la época llenan toda la pared del cuarto oscuro. Al salir del laboratorio, va al periódico y de ahí a una frutería enfrente para empezar su segundo trabajo de repartidor. Sabíamos que la del quinto no dejaba propina, la del tercero sí, que a la del segundo le pesaba la bolsa. Era el servicio de inteligencia de nosotros, los niños pobres. Trabajé en muchos sitios debido a que de todos me echaban ya que había órdenes que no cumplía porque no me daba la gana.

    A Antonio Gades le gusta estudiar, pero lo tiene que dejar para ayudar a su familia. Probé de todo, de ciclista, torero, lo que nos dejaban a los pobres, hacer de bufones, básicamente. Hasta de boxeador, pero la primera guantada que me dieron dije que la próxima se la diera a su madre y tiré los guantes. Enfrente de la casa donde viven, en la Avenida Ciudad de Barcelona, están los cuberos, muy aficionados a la bici y ellos le pegan su mayor afición: el ciclismo. Incluso cuando comienza en el baile duda: si empiezo a bailar tengo que dejar la bici. En esa época, baila como hacen los chicos entonces, con la música de los pianos mecánicos que pasan por las calles. Es una vecina quien se fija en él y le sugiere a su madre que tome clases. Así que entra en la danza para escapar del hambre, no por otra cosa. Por mis venas no corría entonces sangre vocacional por la danza, sino más bien anemia por hambre. O sea que llegué al baile por hambre. El hambre, o te hunde o te despierta la inteligencia.

    Su padre, un hombre del pueblo con fuerte conciencia política, le inculca los valores de la solidaridad y el respeto a la dignidad humana, legándole, según sus propias palabras, una herencia maravillosa, que se resume en dos normas: el que no es agradecido no es bien nacido, y en mi hambre mando yo. Así pues, es la figura paterna en la que Gades encontrará su mayor influencia y por la que mostrará más admiración, siendo decisiva en su marcada conciencia de clase.

    Con el dinero que gana trabajando paga sus primeras clases de danza en una academia con la maestra Palitos. Su llegada a la academia se produce en lo que el describe como un estado hipnótico. Añade Antonio: Era un chico de barrio pobre. Me interesaba descubrir lo nuevo. Tenía miedo de si servía o no. No le va tan mal y comienza a frecuentar otras academias. Una que hay en una callecita enfrente de Puerta Cerrada, por debajo de la Cava Baja, a la izquierda. Allí deja la bici aparcada y entra cada día. Y también allí conoce a quien sería su guitarrista hasta 1981, Emilio de Diego, con quien se ve también en otro estudio de la calle Miralles.

    Al cabo de unos meses obtiene un contrato para bailar el mambo, el ole y la danza del chivato de Pittaluga, así como otras danzas de cabaret. Su nombre artístico es por entonces Antonio Ródenas, y baila con orquesta en los cabarets. En 1952, con 16 años acompaña a una bailarina en Santander y Barcelona. Según lo que él mismo dice: estos espectáculos eran una tontería. Por fortuna, Manuel Castellanos, que se encarga de los Festivales de España, le ve bailar cuando trabaja en un espectáculo en el Circo Price de Madrid, y le recomienda a Pilar López. Está a punto de nacer un nuevo bailarín, bautizado por su maestra como Antonio Gades.