Bodas de Sangre

1974

Un hito para la danza

 

Ballet en seis escenas inspirado en la obra Bodas de sangre de Federico García Lorca

Coreografía e iluminación: Antonio Gades

Adaptación para ballet: Alfredo Mañas

Espacio escénico y vestuario: Francisco Nieva

Música: Emilio De Diego, ¡Ay, Mi Sombrero! Perelló y Monreal, Rumba Felipe Campuzano

Producción: Tamirú Producciones Artísticas, SL

Duración: 35 minutos sin intervalo

Estreno absoluto en el Teatro Olímpico de Roma el 2 de abril de 1974.

Reestreno por la Compañía Antonio Gades en Verona el 26 de julio de 2006.

 

En 1974, la compañía de Antonio Gades estrenaba una pieza destinada a convertirse en un punto de referencia inevitable para la danza española: Crónica del suceso de bodas de sangre.  El valor intrínseco y universal de la historia lorquiana, unido al minucioso trabajo de un grupo de profesionales aglutinados por el talento creador de Antonio Gades, alcanzó unas cotas cuyas repercusiones se multiplicaron infinitamente al entrar en el juego un tercer implicado, Carlos Saura, que rodó íntegramente el ballet y lo llevó en 1981 a las pantallas de todo el mundo.

La difusión y el éxito de la película hicieron que la admiración el conocimiento y el respeto por el baile español crecieran en unos pocos años más que en toda su historia teatral.  Hasta tal punto que son muchos los que afirman que ha habido un antes y un después de este título.

Y es probable que sea así.  En primer lugar para el propio Gades, quien, cercano por entonces a los cuarenta años, encuentra por fin una forma plenamente artística para comunicar todo el complejo mundo de lenguajes aprendidos de la danza y también de la pintura y de otras artes, y de la vida, bebida siempre con pasión, que en ese momento constituía su bagaje profesional y personal. Sin este trabajo, éxito cinematográfico y económico incluido, quien sabe si hubieran existido Carmen, El amor brujo o Fuenteovejuna, o si hubieran sido lo que fueron y lo que son.

Pero Bodas de sangre constituye también un hito para la danza. Del mismo modo que la aparición de Pina Baush por aquellos años había hecho que las mentes de los espectadores eliminaran las barreras entre la danza y el teatro, el trabajo de Gades abría unos caminos si no nuevos, muy poco transitados por la danza española y el flamenco en lo que al concepto de coreografía se refiere.

Y es que era –y sigue siendo- muy difícil someter la personalidad individualista, el desbordamiento de la danza flamenca que, al contrario que la clásica, nació para expresarse a sí misma, a una idea y a un sentimiento superior a ella. Y más difícil aún conjugar, de forma equilibrada, todos los elementos que la conforman y que en una coreografía no pueden desarrollarse individualmente sino en una interrelación dialéctica y enriquecedora.  Pues bien, Gades logró ese equilibrio. Y lo hizo porque estaba preparado para ello y, además dispuesto a emplear el tiempo y la energía necesarios para llegar hasta el final.

 

De su trabajo con sus colaboradores y con los bailarines de su compañía surgió un ballet, dividido en cinco escenas (seis tras la película), que no solo despertó la emoción del público sino que sirvió para que, por vez primera, muchos bailarines, bailaores y aprendices de coreógrafos se dieran cuenta de que el baile andaluz es un lenguaje autónomo y suficientemente diferente del literario y del dramático, con el que se puede expresar todo cuanto se desee sin tener que recurrir a una gestualidad teatral, a una grandilocuencia que va en contra de los principios de “verdad” y de “economía” que rigen las artes escénicas y que hacen que los elementos gratuitos sean difícilmente soportables.

Así pues, Bodas de sangre, se nos presenta como una coreografía magistral y, al mismo tiempo austera, marcada por una esencialidad que sólo se pudo conseguir a través de muchas renuncias.  Porque había que renunciar a traducir el lenguaje literario y debió ser difícil para Gades y para Alfredo Mañas – autor de la adaptación – dejar a un lado las palabras afiladas y exuberantes de Lorca para reinventar mediante la danza cuanto éstas esconden, como en ese paso a dos entre la Novia y Leonardo que da forma a su pasión sin salida: “Me arrastró como un golpe de mar, como la cabezada de un mulo”, dirá la novia al final en el texto lorquiano. E igualmente difícil tuvo que ser para la personalidad exuberante de Francisco Nieva renunciar a su fantasía inagotable y vestir a los bailarines con sencillos trajes de pana, o para Emilio de Diego renunciar a crearlo todo y dejarle espacio al pasodoble “Ay mi sombrero” de Pepe Blanco, que el pueblo bailaba alegre en las bodas y que en ésta aparece cargado de aires premonitorios.

 

Esa honestidad hecha de trabajo y de renuncias, unida sin duda a una inteligencia especial para captar lo esencia de las cosas, para mezclar las conquistas de la danza clásica española con la espontaneidad de los bailes y ritos populares, para aunar pasos a dos llenos de fuerza y de pasión con movimientos de masas geométricamente diseñados, para atreverse a utilizar en escena recurso como el ralentí, han hecho que Bodas de Sangre permanezca en los corazones y en la memoria de cuantos la han podido disfrutar.

 

Rosalía Gómez

Periodista