Fuenteovejuna

1994

Ballet de Antonio Gades inspirado en la obra homónima de Lope de Vega

 

Coreografía, dirección: Antonio Gades

Adaptación: José Manuel Caballero Bonald y Antonio Gades

Música: Antón García Abril, Modest Mussorgsky, Música barroca, Antonio Gades, Faustino Núñez y Antonio Solera

Arreglos y selección musical: Faustino Núñez

Maestro de folklore: Juanjo Linares

Ambientación y vestuario: Pedro Moreno

Iluminación: Dominique You

Realización de vestuario: Ana Lacoma, Sastrería Cornejo

Calzado: Gallardo

Construcción: Odeón Decorados, SL

Grabación: Tito Saavedra, Studio Red Led, Madrid

Dedicado a la memoria de Celia Sánchez Manduley

Duración: 90  minutos sin intervalo

Estreno absoluto en la Ópera Carlo Felice de Génova el 20 de  diciembre de 1994

Reestreno por la Compañía Antonio Gades en el Teatro Romano de Verona el 20 de agosto de 2008

 

EL MISTERIO DE LA SENCILLEZ

 

“La sencillez no es fácil de lograr; es el resultado final de un proceso dinámico que abarca a la vez el exceso y el paulatino marchitarse del exceso”. (Peter Brook)

 

Fuenteovejuna, obra culmen de Antonio Gades, es ante todo una obra hermosísima, el último fruto de una gran madurez artística y personal. La sutil y conmovedora calidad de su materia no reside ni en sus valores estéticos –altísimos, por otra parte- ni en su espectacularidad sino en la sencillez apabullante con que muestra la esencia de las cosas que quiere contar. Una esencia que sólo unos cuantos elegidos –como Gades en la danza o Peter Brook en el teatro- han sabido captar y expresar, casi siempre tras un largo camino no exento de dolorosas renuncias. La pieza está basada en la comedia homónima de Lope de Vega, una obra dramática muy alejada de las fuentes que suelen inspirar los trabajos de danza española y de flamenco, incluidos los del propio coreógrafo. En ella, escrita entre 1612 y 1614 a partir de un hecho histórico publicado con anterioridad en la Crónica de las tres Órdenes Militares de Redes y Andrada, se cuenta cómo un pueblo entero de la alta Andalucía, Fuente Obejuna, se rebela contra los abusos perpetrados por un noble, el Comendador de la Orden de Calatrava Fernán Gómez de Guzmán, y acaba por ajusticiarlo. Cuando los Reyes, los católicos Isabel y Fernando, envían a un juez para esclarecer el caso, ni aun sometiendo a las peores torturas a los aldeanos logra que éstos denuncien al culpable pues todos, con una sola voz, asumen la muerte del noble innoble y la responsabilidad de su destino. 

 

Algunos críticos literarios insisten en que las ideas expresadas por el comediógrafo del Siglo de Oro son bastante menos revolucionarias de lo que parecen a primera vista puesto que al final triunfa el orden jerárquico y son los propios Reyes los que, en una última escena que no aparece en el Ballet, vienen a refrendar la justicia aplicada por el pueblo. Ninguno de ellos, sin embargo, ha podido pasar por alto el sentido humano y solidario de la historia, así como la nobleza y la creciente dignidad que Lope atribuye a los aldeanos, amén de poseer un profundo conocimiento de la psicología de las masas. Unos sentimientos de solidaridad que no podían dejar de tentar a un hombre de las ideas políticas y de las aspiraciones sociales de Antonio Gades quien, a propuesta del escritor y flamencólogo José Manuel Caballero Bonald, se decidió a asumir el proyecto. En aquel momento, el creador tenía ya más de cincuenta años, había vivido una vida intensa y sus piezas anteriores, Bodas de sangre, Carmen y Fuego, habían conocido un éxito sin precedentes, tanto en el cine como en el teatro. Con mucho menos, otros habrían empezado a vivir un poco de las rentas, pero él, tras haber desarrollado su cuerpo, su mente y sus emociones a través del baile, estaba preparado para algo que pocos coreógrafos, especialmente los flamencos, han conseguido: detenerse por completo y “escuchar”. Escucharse a sí mismo en primer lugar. Gracias a algunos escasos y preciosos testimonios suyos, se conoce la lentitud de sus procesos, su manera de comenzar desde cero en cada trabajo, interrogándose sobre los valores que seguían vivos en su interior y sobre los sentimientos que lo impulsaban y atesorando todo lo que le entraba por los ojos: los pueblos, la gente, la pintura (Goya, Velázquez, Mondrian, el surrealismo, el hiperrealismo…). Y luego, algo más difícil aún, escuchar a los otros, a todos los que tenían algo que decirle. Entre éstos, Caballero Bonald, que escribió la adaptación para el ballet; Faustino Núñez, junto al que decidió las músicas -flamencas, populares y clásicas- con que dotaría a cada personaje; y ese pozo de sabiduría popular que es Juanjo Linares, con el que estudió una porción del tesoro inagotable que constituyen las danzas folklóricas españolas. 

 

Más de dos años de investigaciones, reflexiones y discusiones pasó Gades antes de enfrentarse, por fin, con ayuda de la experiencia acumulada, del enorme e intuitivo talento que lo caracteriza y de una ética a toda prueba, a la ingente tarea de empastar los materiales que había reunido, despojándolos sin piedad de cualquier exceso. A pesar de la mezcolanza, el coreógrafo logra en Fuenteovejuna crear un ambiente profundamente coral y unitario y dotar de sentido a un lenguaje que sirve de expresión a los treinta y ocho protagonistas de su historia. Un lenguaje rico y heterogéneo que aúna el flamenco –abstracto e introvertido-, con los cantos y las danzas folklóricas de diferentes regiones españolas, con Mussorgsky que, como sucede con algunos personajes en las óperas de Wagner, aquí anuncia siempre la llegada del Comendador, y con unos silencios más elocuentes que todas las músicas. Un lenguaje hecho de ritmo, dinámico o solemne, de luces y de colores capaces de crear auténticos cuadros en movimiento que se deshacen continuamente para crear otros nuevos; de caos y de una perfecta geometría enriquecida con algunos objetos, tan escasos como bien utilizados, como los aperos de labranza que se convierten en armas asesinas o esa manta sobre la que se asienta el amor de la pareja protagonista. 

 

Finalmente, como hiciera en todos sus trabajos, Gades llevaría a cabo la última de sus renuncias: dejar de pensar en el resultado, en el virtuosismo que podía obtener de sus artistas, para tratar de descubrir con ellos la fuente de energía de la que brotan en escena los impulsos verdaderos; trabajar con todos y cada uno de los intérpretes para que, en lugar de limitarse a ejecutar lo más brillantemente posible los movimientos dictados, cada uno encontrara su propio sentido interno de la realidad que se le proponía. 

 

De este modo, con un procedimiento análogo al de Lope, Gades logra que cada voz y cada cuerpo –y en numerosas ocasiones los coros de hombres y de mujeres funcionan como un solo cuerpo y una sola voz- utilice un lenguaje propio del mismo modo que los personajes de Lope utilizan las palabras y los versos que le son más afines. Como si fuera lo más fácil del mundo, el artista ha logrado que el ballet Fuenteovejuna no sea simplemente una traducción o una imitación de las palabras del Fénix de los Ingenios sino una historia contada por entero a través de la música y de la danza. Y lo ha hecho en verdad como nadie, pues quien lo ha visto puede dar fe de que existen torrentes de argumentos en la conversación de los hombres a ritmo de solea, miles de amorosos versos en la escena, llena de lirismo, que muestra el amor entre Frondoso y Laurencia, un pozo de desesperación e impotencia en ese suspiro entrecortado de las mujeres que rasga el espeso silencio del ultraje… Y qué decir de la reunión del Consejo. ¡Cuánto dolor y cuántos derechos pisoteados en un único ‘Ayayay’! 

 

Fuenteovejuna es, sin duda alguna, uno de los grandes ballets del siglo XX. No es extraño pues que, desde que la propia compañía de Antonio Gades, reunificada para la ocasión, lo estrenara en el Teatro de la Ópera de Génova, en diciembre de 1994, su breve historia haya estado llena de aclamaciones unánimes, de giras tan emocionantes como la que realizó, por pura generosidad, a lo largo y a lo ancho de su amada Cuba, y de premios nacionales e internacionales. La misma suerte que corrió, más tarde, a comienzos del nuevo milenio, la reposición llevada a cabo por el Ballet Nacional de España, dirigido a la sazón por Elvira Andrés, antigua bailarina de su compañía y gran colaboradora del coreógrafo. Ahora, por desgracia, él no está ya para supervisar los trabajos ni se ven, en el panorama de este incipiente siglo XXI, muchos coreógrafos –o coreógrafas- dispuestos o capaces de seguir su magisterio. Por eso hay que agradecerle infinitamente a la Fundación Antonio Gades que haya asumido el reto, no ya de conservar de forma arqueológica –algo muy fácil en la era del vídeo- esta joya del patrimonio coreográfico español, sino que, reuniendo con gran esfuerzo a muchos de los artistas que tuvieron el privilegio de trabajar con el Maestro, tratar de insuflarle nueva vida para que Fuenteovejuna esté siempre en los escenarios, que es donde tiene que estar. 

 

Rosalía Gómez 

Periodista