Los Maestros

Los Maestros de Gades

Gades reconoció en Pilar López a la maestra de la que aprendió la ética de la danza, que consiste en hacer el baile tal y como es y no buscando el aplauso fácil. Hacer las cosas sin engañar, sin prostituirlas, hacer un trabajo digno sin pensar en el resultado, O sea, no favorecer lo fácil, lo grandilocuente para que te aplaudan mucho.

Hay que ver y oír mucho, es fundamental para aprender y crecer.

Antonio siempre estuvo muy orgulloso de la época en la que le tocó vivir y formarse como artista, una época en la que a cada uno de nosotros nos cogía un maestro y nos enseñaba lo que ellos sabían, de acuerdo a nuestro físico. Y decía que hoy en día todos enseñan lo mismo a veinte o treinta, y los hay que enseñan más de lo que saben.

Hoy en día se habla poco de los maestros, y cuando alguien alcanza el éxito, parece como si fuese lo más natural del mundo.

No es el caso de Antonio que siempre reconoció que si uno no tiene en los inicios un buen maestro, no puede alcanzar nada. Repetía siempre que podía que hay que reivindicar la palabra maestro porque está, no desprestigiada, sino olvidada.

Para Gades su maestra fue Pilar López. «Me enseñó a no buscar el aplauso fácil, a hacer las cosas para dentro, absorbiendo la alegría, el dolor, la luz, el viento, sufriéndolo. Para mí, Pilar fue todo. Artísticamente soy su hijo; como maestra creo que no la hubo ni la hay mejor para un artista español.»

Pero además de Pilar López, otras personas le impresionaron mucho, y, en consecuencia, le marcaron. Entre otros, Vicente Escudero, Carmen Amaya o Alejandro Vega.

«Vicente me enseñó la posición de la mano. Concibió una nueva estética y fue el primero que bailó con los brazos levantados.» Antes estuvieron Lamparilla y Frasquillo, el marido de la Quica, pero esa posición de los brazos elevados bien por encima de la cabeza, se la debemos, según Gades, a Escudero. No se hizo gran cosa antes. Se mantenían las manos posadas a la altura de la cintura a fin de poner toda la atención en los pies. Siempre reconoció que había sacado buen partido de sus aprendizajes, los consejos no caían nunca en una cesta agujereada.

Otra afinidad con Escudero la encontró a que él también tenía mucho gusto por las artes plásticas y pintaba pequeñas siluetas danzantes.

Pero el espíritu inquieto de Gades hacía que no limitara su aprendizaje a un maestro determinado, sino que allí donde iba intentaba aprender algo. De cada lugar que visitaba yo aprendía: el flamenco de Andalucía, la sardana de Cataluña, el baile charro de Salamanca. Es la cultura de un pueblo, un auténtico rito, una vida, una historia que el joven Gades necesitaba aprender.

Era consciente de que para romper con el sistema tradicional de bailar, por ejemplo, una farruca, debo conocer primero el baile. Recuerdo que El Gato me enseñó a bailar la farruca, y de sus enseñanzas Gades hizo un monumento para la danza española.

Siempre fue consciente de que el baile exige voluntad y tener vergüenza para saber que, si te dedicas a él, lo tienes que estudiar profundamente, volcarte en él, y hacerlo lo mejor que puedas. Aunque siempre te nutres de otro, miras y aprendes. Para Antonio los flamencos que dicen que son autodidactas mienten, y eso de la improvisación es un mito. Improvisan dentro de lo que tienen, que es una baraja que juegan como ellos quieren.

Al final de su vida afirmaba que si bien él había aprendido mucho de los demás, los demás ahora podían aprender de él.